Vicky Dávila, con su campaña de ataques contra Abelardo de la Espriella, no se muestra como la periodista valiente que alguna vez fue, sino como una figura consumida por las contradicciones, la hipocresía y la desesperación. Llamarlo el “mejor amigo” de Alex Saab mientras ignora que fue Abelardo quien alguna vez defendió a su propio esposo en los estrados judiciales es un acto de incoherencia tan evidente que destruye su credibilidad. Con su propia lógica, ha manchado la dignidad de su esposo, colocándolo en la misma categoría de los “bandidos” a los que acusa a Abelardo de representar. Peor aún, traiciona una amistad que en otro tiempo los unió en noches de karaoke, camaradería y confianza. Esa traición no es convicción: es oportunismo.

Y sin embargo, ante todo esto, Abelardo no la ha atacado. No ha respondido veneno con veneno, ni ha caído en recriminaciones mezquinas. En cambio, ha optado por la compostura, la templanza y la dignidad. Esa negativa a rebajarse no es debilidad: es inteligencia emocional. Es la disciplina de alguien que entiende que la república es más grande que las rencillas personales. Es el comportamiento de un caballero y, más aún, de un líder.

El contraste no podría ser más claro. De un lado está Vicky, agitada, incoherente, desmoronándose en público, quemando puentes y alejando a la misma base que alguna vez influyó. Del otro lado está Abelardo, sereno, firme e imperturbable, construyendo alianzas con Salvación Nacional y Enrique Gómez, ofreciendo la posibilidad de una alternativa conservadora fuerte y con principios. Mientras ella divide, él unifica. Mientras ella debilita, él fortalece.

Y esta es la lección que deben sacar los colombianos: Abelardo de la Espriella ya ha demostrado las cualidades de un liderazgo presidencial. Ha probado que puede elevarse por encima de la traición personal, mantener la dignidad bajo ataque y enfocarse en construir en lugar de destruir. Mientras tanto, Vicky Dávila se apaga, consumida por sus contradicciones y perdiendo credibilidad día tras día. Abelardo asciende, encarnando la serenidad, la visión y la fuerza que la república necesita con urgencia. La elección para el futuro de Colombia no podría ser más clara.