Conozco a través de los años muchos empresarios gastronómicos que han pasado inadvertidos; otros tantos con los que llevo actualmente una relación cordial y finalmente están los que se han quedado en la entraña y se han convertido más que en un contacto comercial, en unos amigos a los que se visita frecuentemente, se les pregunta por su avance económico y por los que hasta uno se preocupa cuando tienen dificultades porque se sabe que son tan buenos, que no deben desaparecer.
Es el caso de Sandra Isabel González, la «comandante en jefe» del restaurante Mi Finca, un establecimiento a las afueras de Bogotá en la sabana occidental de la capital, más exactamente en el municipio de Tenjo. Hace poco que regresé del calor al frío aprovechando las vacaciones de mitad de año me encontré con la sorpresa de que casi desaparecen y que les había tocado trastearse un poco más cerca de la vía que conduce de Cota a la entrada por la 80 a Bogotá.
Un problema legal con el predio que tenían arrendado hizo que el restaurante zozobrara en medio de la incertidumbre de no saber qué hacer mientras se encontraba una solución definitiva. Pensaron en bajar el telón definitivamente, en hacer una pausa, en tirar la toalla o en trastearse para no dejar a la deriva 27 familias que dependen económicamente de este buen negocio. Tuvieron que quitar hasta el último ladrillo de todo lo que se había construido anteriormente; fueron unos meses de temor, aprendizaje y resiliencia, los cuales afortunadamente dieron los mejores resultados.

Ahora Mi Finca en su nueva ubicación está en el kilómetro siete vía a Tenjo en donde poco a poco renace como el ave fénix; afortunadamente dejaron sembrada una huella del pasado, que en el presente les está sirviendo porque así como ellos dieron la mano en su momento a quien lo necesitó (empleados, proveedores, contratistas) ahora les llegó el momento de recibir. Es por eso que por la misma idea de los clientes se idearon una estrategia de venta de bonos de consumo que se podrán usar en el restaurante desde cincuenta mil pesos y que lo podrán usar clientes comunes, pero también grupos de amigos, empresas que quieran separar desde ya su despedida de fin de año y en general todo el que quiera ayudar con el renacimiento de este «vecino» que necesita ayuda.
De igual forma se les aconsejó que abrieran canales de donación para que los que no tuvieran la capacidad económica de comprar los bonos, aportaran lo que puedan. Todo esto con el compromiso de reinvertir las donaciones en otras personas que también necesiten ayuda en la sabana cundinamarquesa, cuando la crisis finalice.


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