Colombia atraviesa un momento de desgaste profundo, pero también de definiciones. Mientras el gobierno se aferra al poder sin resultados para mostrar, lo que le queda es comprar: votos, favores, lealtades. Lo hizo en el Congreso, y lo está intentando ahora con la ciudadanía.
El escándalo de los expresidentes del Senado y la Cámara de Representantes no se reduce a nombres ni a partidos. Es un síntoma de un problema mayor: el gobierno utilizó recursos públicos para comprar su respaldo político. No fue un tercero. Fue el Ejecutivo. Con la plata de todos. Esa plata que debería destinarse a obras, salud, educación y seguridad jurídica. Esa misma plata terminó siendo utilizada para asegurar mayorías a punta de billete.
Pero como eso no basta para sostenerse, ahora viene la siguiente jugada: la consulta popular. No para ampliar la democracia, sino para disfrazar la debilidad del gobierno con participación ciudadana. Y hay que decirlo con toda claridad: ninguna de las preguntas propuestas por el gobierno es jurídicamente viable. Todas son ilegales, inconstitucionales o ya están contenidas en la ley. Lo saben. Y aun así avanzan.
¿Por qué? Porque necesitan agitar. Necesitan movilizar desde la rabia. Necesitan que el país se “emberraque”, que reaccione emocionalmente y no racionalmente. La consulta no está hecha para construir soluciones, sino para mantener la narrativa. Es la puesta en escena de un poder que ya no gobierna con hechos, sino con espectáculo.
Y en medio de todo, surgen quienes preguntan: “¿Dónde está la oposición?”. Como si la defensa de la democracia fuera una tarea exclusiva de otros. Como si resistir a lo absurdo fuera un rol que se delega. No. En una república, la oposición no es un cargo ni una curul. La oposición es todo ciudadano que no está de acuerdo con lo que está ocurriendo.
Si usted ve la manipulación, si usted entiende que esta consulta es una estafa política, usted ya es oposición. Y si lo es, entonces tiene un deber. No con un partido, no con una figura pública, sino con su país. Hacer algo. Informar, participar, replicar lo que muchos no quieren escuchar. No desde el odio, sino desde la claridad. No con insultos, sino con argumentos.
Este país no puede seguir comprándose ni tampoco puede seguir delegándose. Lo primero corrompe, lo segundo adormece. Lo que necesitamos es conciencia, voz y responsabilidad.
Porque si no hacemos algo ahora, después no podremos decir que no sabíamos. Ni que fue culpa de otros.
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