Para muchos, encarna el espíritu de sexo, drogas y rock & roll. El sexo es su carisma populista, pero también sus travesuras con personajes que los llamo OVNIs (Objetos Voluptuosos No Identificables), que ponen en vergüenza la institucionalidad de la presidencia en nuestra nación como en el exterior.
Las drogas son esas políticas embriagadoras, cargadas de idealismo, pero muchas veces despegadas de la realidad, que dejan a la nación entre la euforia y la “baja nota”. Pero que también las usa de manera frecuente que ha dejado estelas de afrenta en lugares como París, Chile, Italia y Beijing.
¿Y el rock & roll? Es la constante rebeldía, el desprecio por las formas, el rechazo a los consensos y a la institucionalidad. Entra Álvaro Leyva Durán, su exministro de Relaciones Exteriores, con una carta pública que suena como una confesión de un publicista artístico desde el “backstage”.
En su más reciente misiva, Leyva acusa a Petro de conducta errática y problemas personales que, según él, afectan gravemente su capacidad para gobernar. Menciona ausencias del mandatario en compromisos oficiales clave, y asegura que en varias ocasiones tuvo que asumir funciones presidenciales. Leyva remata pidiendo, sin rodeos, la renuncia de Petro por el bien del país.
Petro, como tantas estrellas de rock, ha construido su figura sobre la base de desafiar al sistema. Pero hay una línea muy fina entre ser revolucionario y ser irresponsable. Gobernar no es un acto solista: es una sinfonía compartida y un trabajo en equipo. Sin embargo, el presidente sigue improvisando “solos” desordenados mientras las instituciones intentan seguirle el ritmo.
Las cartas de Leyva no son solo una crítica política. Son un llamado urgente a la “sobriedad” democrática y física. Petro sabe cómo encender una plaza, pero la presidencia no es un concierto: es una responsabilidad. Las luces del escenario eventualmente se apagan. El público se dispersa. Y lo único que queda es el legado: ¿el líder cambió el país o solo hizo ruido y el oso?
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