Todo el tiempo estamos oyendo, de diferentes fuentes, que la humanidad atraviesa por una crisis de valores. Esto es reiterativo, nos lo dicen por los medios de comunicación, en la iglesia, la gente se pregunta todo el tiempo los motivos para que sucedan en el mundo cosas inexplicables. ¿Qué estamos haciendo al respecto? ¿Estamos actuando en consecuencia? Quiero pensar que más o menos y que hay miles de opciones adicionales para implementar. Las conversaciones en casa, a la hora de la comida, por ejemplo, son espacios altamente ricos en oportunidades para compartir conceptos, hacer claridad y generar hábitos sanos; sin embargo, las repúblicas independientes que se han creado en varios hogares están al acecho y nos llevan a desaprovecharlas. ¿Qué es una república independiente? Es ese espacio, “propiedad” de los hijos, donde nadie puede entrar sin la debida autorización; es más, es el lugar en el que televisor, computador, iPad, celular, consola de juegos, etc., están encendidos 24 horas, 7 días a la semana. Allí se duerme, se descansa, se juega, se come, allá sucede casi todo en la vida de muchos niños y adolescentes.
Recuerdo con orgullo esos espacios de conversación en el comedor de mi casa. Aunque mi mamá no trabajaba, era común que los temas pasaban por el día de mi papá en la oficina. Después mi mamá contaba qué había hecho ese día y luego, los ojos de papá y mamá se fijaban en mí para escuchar mi respuesta a un, “¿cómo te fue en el colegio, mijo?” Esa pregunta era formulada por mi papá porque mi mamá ya sabía desde la tarde cómo había sido mi día. Se hablaba también de asuntos familiares, de alguna noticia, de temas importantes para nosotros como familia. Mi papá ya murió hace varios años, mi hermana -que llegó 8 años después de mí y poco recuerda esas conversaciones- se incluyó en el plan y hoy, como familia, atesoramos la sobremesa en casa de mi mamá. Rodeados de ventanas en un comedor en el que vemos aves, ardillas, ganado, muchos animales típicos de la Provincia del Tequendama, hablamos por horas de miles de temas que se van abordando sin orden preestablecido; nos reímos a carcajadas, por momentos hablamos muy seriamente, recordamos hechos importantes, organizamos planes, y, muy importante, hablamos del país, del mundo, de lo que sucede. Esto siempre ha sido así, la política, la economía, la educación, los temas sociales, siempre han estado presentes en esa mesa por la que desfilan otros familiares y amigos, mesa de la que nos enorgullecemos los mismos: nuestra familia. Ahora, si la charla la acompañamos con un buen cafecito, un bocadillo veleño, una que otra galletica, la cosa se pone mejor. Aprovechen la sobremesa en sus casas, impartan valores, escuchen activamente lo que sus hijos tienen para decirles, lo que piensan, cómo opinan, este espacio, bien aprovechado, proporciona un conocimiento profundo acerca de esas personas que necesitan de su guía y apoyo. Así ha transcurrido nuestra vida, de charla en charla y de conversación en conversación. Valoro esos momentos limpios, honestos, en los que mi papá y mi mamá nos enseñaban muchas cositas, nos hacían preguntas clave para conocernos y “tiraban línea” sobre el deber ser.
Cada que podemos compartimos en la mesa y hablamos de esa crisis de valores que atravesamos y que debemos enfrentar. No desperdicien su tiempo, rompan las trincheras de las repúblicas independientes y disfruten de conversaciones que permitan la construcción de un mundo mejor. ¡Manos a la obra!
Mientras tanto, desde esta columna hacemos un llamado a los precandidatos presidenciales para que cedan en sus intereses personales, para que consideren a Colombia y se unan; si esto se logra, el triunfo en primera vuelta es posible, cerraremos filas por quien se designe y lo apoyaremos y defenderemos “con alma, vida y sombrero.” Hay gente buena, preparada, se puede construir un proyecto político de derecha de largo aliento: un proceso de 4, 5 o 6 gobiernos, para reconstruir el estado y para replantear esta Colombia que se hunde en el desorden, la corrupción y la pobreza. ¡Se puede!


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