Hace unos días, Vicky Dávila propuso en redes una idea simple pero poderosa: que el Estado entregue un millón de pesos al nacer cada niño, con el objetivo de crear un fondo de ahorro para su educación futura. La reacción fue inmediata y predecible: burlas, sarcasmos, acusaciones de populismo y hasta comparaciones con Milei y criptomonedas.
Lo curioso es que la mayoría de los críticos no se tomaron el trabajo de hacer cuentas. Pero yo sí.
Porque resulta que ese millón, si se invierte con disciplina y se complementa con un ahorro mensual modesto por parte de los padres, sí puede convertirse en una base sólida para la educación de un joven colombiano.
Hice los cálculos con distintos escenarios. Si los padres aportan $50.000 mensuales durante 18 años, y se obtiene una rentabilidad del 10% anual, el fondo alcanzaría $34 millones. Con una rentabilidad del 15% anual, la cifra asciende a $60 millones. No es una utopía: es interés compuesto, bien manejado.
Ahora, si el objetivo es llegar a $100 millones en 18 años, sí, se necesita un esfuerzo mayor. Con una rentabilidad del 10% anual, los padres deberían aportar $165.152 mensuales. Con un rendimiento del 15%, bastaría con $90.239 mensuales. Y no, eso no es pirámide ni criptoestafa. Es matemática financiera básica.
Por supuesto, no faltó quien —con razón— mencionara la inflación. También la calculé. Si hay una inflación constante del 5% anual, y quiero que esos 100 millones mantengan su valor real en 18 años, los padres tendrían que ahorrar $174.264 mensuales, con una rentabilidad del 15% anual. Es decir, 100 millones que valgan lo mismo que hoy, no devaluados por el tiempo.
Y aquí viene lo que muchos consideran improbable: un 15% de rentabilidad no es descabellado. Especialmente en una economía como la colombiana, donde fondos de inversión de renta variable bien manejados lo han superado en horizontes de largo plazo. También lo logran portafolios mixtos, finca raíz o pequeños negocios con buena planeación.
Lo verdaderamente descabellado no es aspirar a una rentabilidad razonable. Es no ahorrar, no invertir… y luego quejarse.
Yo no conozco a Vicky Dávila, y tampoco me obnubila ninguna corriente política. Yo miro las ideas. Si son buenas, las digo. Si no lo son, también. Estoy acá para pensar, proponer y hacer lo que se necesita. Con argumentos, con cifras y con carácter.
Y lo digo sin rodeos: este tipo de ejercicios deberían ser la base de una verdadera reforma estructural en Colombia. Una que revise de raíz los beneficios tributarios y las exenciones, y los reoriente hacia mecanismos de ahorro y capitalización de largo plazo.
Ideas, no ideologías.
Números, no narrativas.
Eso necesita este país.
Me parece una iniciativa financieramente viable, tecnológicamente factible, y lo más importante: socialmente útil y desencadenante para el crecimiento económico a través de asegurar recursos para la educación, la innovación y el emprendimiento de las futuras generaciones.
Por otra parte, no se hace necesario que Vicky Dávila sea la presidente. Si nos organizamos y promovemos esta iniciativa, la podemos llevar a cabo desde ya.