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Mentiras necesarias, verdades incómodas

por | May 12, 2025 | Opinión | 0 Comentarios

Coherencia en la crianza

Hace poco, escuché a una madre decirle a su hijo:

—»Si vuelves a mentirme, te va a ir muy mal.»

Cinco minutos después, ella contestaba el teléfono y, al ver el nombre en la pantalla, le susurró a su hijo:

—»Dile que no estoy, que dejé el celular olvidado».

El niño obedeció, pero su mirada era una mezcla de desconcierto y aprendizaje silencioso.

Ese momento me dejó pensando: ¿realmente somos coherentes cuando hablamos de la verdad y la mentira?

Decimos que no hay que mentir, pero mentimos. Afirmamos que la verdad siempre es lo correcto, pero cuando un vecino pregunta por nosotros y no queremos hablar, pedimos que digan que no estamos. Decimos que Papá Noel o el Niño Dios trae regalos, que el ratón Pérez se lleva los dientes, que todo está bien cuando no lo está. Nuestros hijos nos ven y escuchan, mucho más de lo que creemos, y aprenden —no por lo que decimos— sino por lo que hacemos. Así, sin darnos cuenta, sembramos contradicciones que luego castigamos con dureza.

La mentira es una herramienta del lenguaje humano. Ha existido desde que aprendimos a hablar y es parte de nuestras interacciones cotidianas. No toda mentira es malintencionada. A veces mentimos por cuidado, por cortesía, por miedo o incluso por amor. Decirle a alguien gravemente enfermo que va a mejorar, aunque sepamos lo contrario, puede parecer una forma de proteger su esperanza. Otras veces, callamos verdades que podrían herir innecesariamente. Son las llamadas “mentiras piadosas”.

Pero ¿Cuándo es válida una mentira y cuándo no lo es? Una forma de evaluar esto es preguntarnos a quién protege la mentira y a quién daña. Si una mentira protege a quien miente y daña a otros —como cuando un niño dice que no rompió el vaso para evitar el castigo y culpa a un hermano— entonces no es justificable. Pero si una mentira protege la dignidad de otro sin causar daño, quizás estamos ante una decisión ética más compleja, que requiere reflexión, contexto y empatía.

El problema no es solo la mentira, sino el uso que se le da. Enseñar esto a los hijos no es fácil, especialmente si no somos coherentes con nuestro propio comportamiento. No podemos esperar que nuestros hijos digan la verdad si nos oyen mentir a sus profesores, a nuestros jefes o a otros familiares. Mucho menos si respondemos a sus errores con violencia o humillación. El castigo no enseña verdad; enseña miedo. Y un niño que teme, aprende a esconder mejor la mentira, no a valorar la verdad.

Entonces, ¿Qué debemos hacer? Lo primero es practicar lo que podríamos llamar honestidad razonada. Hablar con nuestros hijos sobre las mentiras que existen en el mundo, las que decimos sin pensar, las que decimos por miedo, y las que decidimos —con conciencia— no decir. En segundo lugar, construir un espacio donde puedan decir la verdad sin temor a ser castigados severamente. Solo así aprenderán que la verdad tiene valor, y que la mentira, si se usa, debe ser siempre con profunda conciencia ética y emocional.

También es importante enseñar que decir la verdad no significa decirlo todo, ni decirlo siempre, ni decirlo de cualquier manera. Parte de crecer es aprender a comunicarse con empatía, a callar cuando se necesita respeto, y a elegir el momento oportuno para ciertas verdades. Esto también es parte del desarrollo moral.

En un mundo donde la verdad y la mentira conviven tan estrechamente, no se trata de enseñar a mentir, sino de enseñar a pensar. De formar personas capaces de distinguir entre el impulso de protegerse y el deseo de ser auténticos. Personas que entiendan que la confianza se construye con actos, y que una sola mentira destructiva puede erosionar lo que tomó años en edificarse.

Nuestro llamado como padres, madres, educadores y ciudadanos es claro: no exijamos lo que no estamos dispuestos a practicar. No pidamos honestidad sin ofrecer comprensión. Y no pretendamos criar personas íntegras si no empezamos por cultivar la integridad en nuestras palabras y acciones.

Enseñemos con el ejemplo que la verdad no siempre es cómoda, pero que tiene un poder que ninguna mentira puede igualar: el poder de construir relaciones auténticas, profundas y verdaderamente humanas.

Gerardo Angulo

Gerardo Angulo

Ingeniero Industrial, Magister y Doctor en Innovación y desarrollo tecnológico. En la actualidad se dedica a la docencia e investigación en Educación en Ingeniería, Innovación e Inteligencia Artificial

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